La muerte es inexorable y el pueblo mexicano, presintiéndolo, ha buscado una respuesta colectiva a sus temores con el fin de exorcizarla a través de una celebración — que ya se ha tornado en un signo de identidad — en donde se festeja la vida a través de la música, la gastronomía, la oración y el recuerdo. En México se convierte a la muerte en pan para ser devorada y aniquilada, se habla de ella con respeto pero también con burla, se le espanta con rimas chuscas y a través del recuerdo entrañable de los que ya no están, se encuentra una reconciliación con nuestro destino irremediable.
Gabriel Sánchez Viveros propone con su exposición "Vivamos la muerte como sólo México sabe hacerlo", una revisitación de la idiosincrasia mexicana a través del concepto de la muerte y la celebración en torno a ella desde un punto de vista personal: el del creador que mira a la tradición desde el presente, que apela al sincretismo para generar un diálogo revitalizador con las fuerzas ancestrales introduciendo las tecnologías digitales como una herramienta más.
El artista nos propone un periplo entre dos espacios interconectados de manera física pero también simbólica, metáfora de la dualidad entre la vida y la muerte. Recibe al visitante un tzompantli, — alegórico umbral de paso hacia el Mictlán, el más allá de las creencias nahuas —, que el artista recupera en honor de las estructuras donde los mexicas colocaban los cráneos de aquellos muertos en batalla o sacrificados ante los dioses. El altar de calaveras de Sánchez Viveros recuerda las antiguas prácticas ancestrales con su simbolismo lleno de arcanos pero también hace una inevitable referencia a la actualidad, mostrando los conflictos, las injusticias, el hambre de los inmigrantes y la violencia de género; esas fuerzas cotidianas que nos sacuden diariamente de manera universal y que han favorecido que la muerte no sea una encarnación retórica, sino un ciclo en el cual muchas personas se encuentran permanentemente atrapadas. Gabriel Sánchez Viveros busca desdramatizar — al fin y al cabo se trata de una fiesta — con una serie de piezas de carácter irónico y guasón. Los esqueletos y calaveras invitados a esta reunión nos hablan de tú a tú referenciando al espectador sobre tradiciones y curiosidades de la entrañable celebración mexicana.
Destaca sobre el resto de elementos el imponente altar de muertos, ese puente con el inframundo que Sánchez Viveros utiliza para recrear un gran banquete sirviéndose de los elementos tradicionales: las flores que reciben con alegría a las ánimas, el pan que es el hogar, la sal purificadora, el agua para reconfortar a los difuntos tras el largo camino desde el más allá, el petate — una alfombra de cestería en donde “se nace y se muere”, pero que también se emplea como lugar para colocar las ofrendas —, el xoloitzcuintle — el perro de juguete que guía las almas de los más pequeños —, y las veladoras que marcan el camino. Todos son elementos prehispánicos que el artista reinterpreta en un ejercicio inédito para él pero en el que logra introducir con maestría el elemento artístico. Este año, el altar está dedicado a la memoria de Leona Vicario quien fue periodista, corresponsal de guerra, e insurgente; una mujer rebelde y libre que fue decisiva en la Independencia de México.
La exposición continúa con una serie de calaveras parlantes que con espíritu burlón nos recitan fragmentos de versos de grandes figuras de las artes y las letras mexicanas tales como: Juan Rulfo, Isabel Moctezuma, José Emilio Pacheco, Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz, Frida Kahlo, Nezahualcóyotl, entre otros. Pero también aparece la palabra de literatos emergentes como Magdalena Pérez Selvas, Mario Sánchez Carbajal, Cristina Liceaga, y otros escritores que además, son los que personalmente prestan su voz a las calacas junto a las de actores, actrices y otras personas del entorno artístico para materializar las estrofas con divertidas resonancias de ultratumba.
Al continuar con la exposición, nos recibe otro elemento característico de la celebración del Día de Muertos: las calaveritas literarias — versos que en clave de burla le quitan hierro a la Parca —. El autor de las rimas es en esta ocasión es el propio Sánchez Viveros que con espíritu multidisciplinario incorpora su propia voz para hablarnos de su visión personal sobre la huesuda, la celebración de la vida y las dos orillas; uniendo a España y a México en un mismo corazón que nos ata por historia, lengua y cultura.
Gabriel Sánchez Viveros, que ya habitualmente suele acudir al uso de diversos materiales, en esta ocasión habita los espacios de la tradición, los visita y los reinterpreta con la utilización de técnicas ancestrales y así, emplea como lienzo el papel amate, el material con el que se realizaban los códices aztecas. Pero no solo eso sino que también podemos admirar que las alegres flores que adornan las calaveras son pigmentadas con flores naturales como el hibíscus, cempasúchil y rosas las cuales fueron recolectadas del propio jardín del artista. Las pinturas acrílicas utilizadas en las obras, se complementan con ceras naturales potenciando una apariencia atávica, y la sorprendente irrupción de la tecnología como un elemento más que guía al espectador por este periplo de alegorías en las que Sánchez Viveros propone un juego constante entre lo vivo y lo muerto, entre el más acá y el más allá, entre lo que es y no es.
Decía Octavio Paz, “El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega la muerte, acaba por negar a la vida”. Y esta es precisamente la gran virtud de los mexicanos que Gabriel Sánchez Viveros ha logrado plasmar con maestría, un pueblo que habla de tú a tú a la muerte, que la pinta, que la baila, que la canta y que se reconcilia con ella antes de morir.